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Séfora Vargas: “Ser gitana y abogada es un desafío”
LA MIRADA DE
SÉFORA VARGAS
“Ser gitana y abogada es un desafío”
SÉFORA VARGAS
08/07/2025
ESCRIT PER:
ENTREVISTA PER:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

08/07/2025
ESCRIT PER:
ENTREVISTA PER:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

Abogada y activista

Séfora Vargas (Sevilla, 1980) decidió estudiar Derecho en la Universidad de Sevilla en un momento en que no era común hacerlo, cuando ser mujer y además gitana no abría precisamente muchas puertas. Han pasado casi 30 años desde entonces, y en la actualidad trabaja como abogada especializada en Derecho Penal y lucha fervientemente por aquello que considera justo. Experta en igualdad y violencia de género, y autora de varios libros, Séfora también es activista por los derechos del pueblo gitano y conferenciante habitual sobre diversidad, igualdad y memoria histórica gitana. Nos acercamos a la realidad del pueblo gitano de su mano.  

¿Qué significa “ser gitana” en nuestros días? 

Ser gitana y abogada es un desafío. Es parte de nuestra identidad de una manera tan profunda que no podemos desligarnos de ello. En mi caso, implica estar expuesta a múltiples formas de exclusión y a delitos de discriminación. A menudo sufro campañas de descrédito, faltas de respeto, insultos y actitudes racistas; incluso he tenido que denunciar delitos de odio. Cuando una se expone de manera continua y representa una voz crítica y contundente, acaba asumiendo una situación de riesgo, de peligro. Es una realidad frustrante, pero, por desgracia, es así. 

En este momento, ¿cuál es la realidad del pueblo gitano?  

Este año se han cumplido 600 años de permanencia del pueblo gitano en la península. El pueblo gitano forma parte de la identidad y de la cultura española y también del proceso geopolítico de conformación de lo que fue España. Estábamos aquí antes de que existiera el gobierno de España como tal. No se podría distinguir dónde empieza la marca española y dónde la identidad gitana. Hemos aportado mucho, y también nos han asimilado mucho; en nuestra historia jurisprudencial han existido 250 disposiciones jurídicas antigitanas.

Hemos perdido nuestra identidad, nuestra lengua, y hemos sufrido muchos procesos de asimilación histórica. En los pocos años que llevamos de esta maravillosa democracia, desde 1978, hay cuestiones que no se han superado. Y eso es decepcionante. Ahora tengo 45 años y en los diez anteriores yo percibía que todo era para mejor. Que había una mejoría progresiva. Sin embargo, de repente, estoy sintiendo y sufriendo el aumento de los delitos de odio; desde la crisis de la covid-19 tengo la percepción de que la gente rica es más rica y la pobre más pobre, y, lógicamente, las comunidades minoritarias (migrantes, el pueblo gitano y otros…) sufren más.

La globalización del comercio y las plataformas de venta también dañan la venta ambulante, que ha sido el principal canal de producción económica y poder económico del pueblo gitano. Hace 10 años veía con una positividad inminente y progresiva al pueblo gitano… y ya no. Lo veo mucho peor, hay una desventaja notable. También está aumentando la pobreza. Vuelven las tasas altas de abandono escolar. Se vuelven a producir matrimonios infantiles. A veces, es desalentador. 

¿Y a qué achacas, por ejemplo, este aumento de los delitos de odio? 

Son muchos los factores. La propia realidad política de España influye mucho en la normalidad social. La sociedad es reflejo de la política y viceversa. Los políticos son reflejo de lo que elegimos mediante nuestro voto. Y creo que ahí hay un declive. No me considero pesimista; me gusta ser siempre positiva, pero tampoco podemos ser ilusos. El antigitanismo es un fenómeno multifactorial que afecta de forma continuada a todas las esferas de la administración. La discriminación no siempre se expresa mediante un insulto; se ha vuelto más sutil.

Hay que tener en cuenta todos los factores que he mencionado: el condicionante histórico; los casi 600 años de persecuciones que ha sufrido el pueblo gitano; la falta de reconocimiento, memoria y reparación de esos 600 años; la falta y ausencia de referencias a nuestra cultura e historia en los libros de texto... Si no se reconoce lo que le pasó al pueblo gitano, el genocidio biológico de la Gran Redada, el daño sufrido durante todos los procesos previos a la entrada de la Constitución y la democracia, las bases de nuestra sociedad actual nunca serán firmes, porque no están sustentadas en la verdad histórica ni en el reconocimiento del daño causado.

Cuando hablo de esto, no lo hago desde la discriminación, sino desde la exigencia, la reparación y la dignificación de esa memoria histórica que tanto se necesita. Lo que no se repara, estudia o reconoce termina provocando que cualquier condicionante que afecte al mundo en general, como ocurrió con la crisis sanitaria de la COVID, impacte aún más en las minorías.

Es así: cualquier condicionante o transformación económica (globalización, multinacionales; la parte más sangrante del capitalismo extremo), cualquier fallo del sistema educativo… afecta más a las minorías. Ese cúmulo de factores es lo que daña y está volviendo a producir inestabilidad en la economía, en la sociedad y en los derechos fundamentales del pueblo gitano. 

Además, está el aumento de los delitos de odio y el uso de las nuevas plataformas y redes sociales. No hay filtros. Se confunde el derecho a la libertad de expresión con los delitos y los discursos de apología del odio. La gente no sabe distinguir un insulto, una falta de respeto o un delito de la libertad de expresión. No somos conscientes de que la libertad de expresión tiene límites, los que establecen la Constitución y las leyes. Todo esto está generando más problemas dentro de la comunidad gitana y en la sociedad en general. 

Dentro de la comunidad gitana, las mujeres sufren todavía más discriminación. ¿Cómo se puede combatir esto?

Conozco casos de mujeres gitanas que han sufrido abusos sexuales y violencia de género grave que no pudieron denunciar en su momento porque su maltratador no se lo permitía, porque las tenían encerradas. Y cuando finalmente pudieron acudir a un juzgado o interponer una denuncia, no les creyeron. Decían que eran demasiadas barbaridades juntas como para ser verdad.

Esto es una realidad. Ser mujer ya es, de por sí, un factor grave de discriminación, por desgracia. Ser gitana significa dar una vuelta de tuerca más, y si encima perteneces a un contexto de pobreza o exclusión social…. Siempre digo lo mismo: no es un techo de cristal, es un búnker. Es un búnker el que tienes que romper para conseguir una igualdad efectiva y real. No puedes estar en las mismas condiciones. No te lo permiten las personas que se encargan de ejecutar las leyes, activar los protocolos y los mecanismos de protección… no cuando son racistas, cuando tienen prejuicios, cuando no nos creen. 

Si esto nos afecta a todas las mujeres en general, imaginemos a una mujer gitana joven, que además no tenga habilidades sociales, que viva en una situación de vulnerabilidad y exclusión, y que cargue con todas esas secuelas físicas y psicológicas del maltrato… Es muy difícil. 

¿Cómo se reivindican los derechos de las mujeres gitanas respetando, al mismo tiempo, la cultura y las tradiciones de este pueblo?  

Siempre digo, como recojo en mi primer libro, que todas las culturas tienen elementos preciosos, muy bonitos, que merece la pena abrazar… y otros que no. Hay una frase que utilizo mucho: la cultura que mutila, limita o asfixia no es cultura. Me da igual la etiqueta que tenga: no es cultura ni religión.

Partiendo de esta base, siempre aplico ese filtro. Todos esos valores tan bonitos que tenemos en la comunidad gitana, como la unidad, la solidaridad, la empatía, el cuidado y respeto por los mayores o los difuntos, hay que seguir respetándolos. Pero lo que ha sido consecuencia de sufrir marginalidad y exclusión social… eso no son valores, y por eso hay que repudiarlo.

Recuerdo que, en 1998, cuando empecé la carrera de Derecho, me decían si no me daba vergüenza estudiar en la universidad, que lo que hacía era muy “de payos”. Ha llovido mucho desde entonces. Hoy en día, cualquier familia gitana con un hijo universitario se siente orgullosa, pero en aquel contexto histórico no era así. Se pensaba que todo lo relacionado con la cultura española, por el daño que habíamos sufrido por la represión histórica, era malo.

Esa primera generación de mujeres gitanas que queríamos cursar estudios universitarios tuvimos que romper con esa concepción y explicar que se podía ser gitana y estudiar sin perder nuestras señas de identidad. Lo que hacemos desde entonces hasta el día de hoy es depurar, filtrar y colar todas las tradiciones, valores y cuestiones éticas que de verdad nos aportan, y rechazar aquello que nos limita. Eso es algo que siempre hago, y además intento transmitírselo a las niñas, las más sensibles y vulnerables: que sean autocríticas, libres, que se respeten a sí mismas y a sus cuerpos, que sean dueñas de sus vidas. Que sepan que se puede respetar a los mayores y a las tradiciones, y al mismo tiempo luchar por sus sueños. 

¿Qué papel juega la educación en la inclusión real de la población gitana? ¿Qué obstáculos persisten todavía? 

Lamentablemente, la cifra de gitanos universitarios o gitanas universitarias no ha variado tanto. No sé si ahora está en torno al 1 %: es mínimo. Sin embargo, la realidad es que ya hay muchas personas estudiando, y además en diferentes carreras y profesiones. Eso es realmente ilusionante, te da tranquilidad, pero tampoco podemos olvidar que sigue habiendo barrios como la Cañada Real, que llevan más de tres años sin luz, o el Polígono Sur. ¿Cómo se puede esperar que esos niños estudien? ¿Con velas, linternas, generadores? Es la falacia, la hipocresía de este Estado y de este gobierno. 

Estos niños y niñas no tienen las mismas oportunidades que el resto. Muchas veces, sus colegios y sus institutos son guetos, y están rodeados de miseria. ¿Cómo le dices tú a alguien en este contexto “sueña, que es posible conseguirlo todo”? Es difícil.

¿Crees que la sociedad española está avanzando en términos de igualdad y convivencia intercultural? ¿Qué falta por hacer? 

Cada ciudadano tiene que asumir su cuota de responsabilidad. Hablábamos antes de la educación: tenemos que educar en ser antirracistas. Tenemos que educar con las premisas de solidaridad, empatía y cultura de paz. Y tenemos que recuperar la historia omitida, en este caso la del pueblo gitano. Porque cuando entiendes lo que pasó, puedes analizar con mayor juicio el presente, y así podremos luchar juntos por un futuro mejor. Es, por tanto, un ejercicio de todos: un compromiso de las fuerzas políticas, pero también de nuestra sociedad. Un compromiso personal: no ser racista, no hacer comentarios discriminatorios.

Tratar a todo el mundo por igual. Y si tienes una experiencia desagradable con una persona gitana en concreto, no condenar o generalizar. Yo he sufrido muchísimos episodios racistas por parte de personas payas, y no soy racista con todos los payos. No se me ocurriría; al contrario. Me moriré luchando por la igualdad. Hace unos meses tuve la preciosa noticia de que me habían otorgado la Medalla de la Ciudad de Sevilla, precisamente por la lucha por la igualdad. Pero es que no hay otra forma: lo único que podemos hacer como sociedad para tener éxito es querernos, entendernos, respetarnos y ayudarnos.

Fuiste de las primeras mujeres de etnia gitana en estudiar la carrera de Derecho. ¿Qué recuerdas de aquellos días? 

Al principio fue uno de los grandes retos de mi vida, como si hubiera conseguido lo más grande del mundo en aquel momento. Fue una experiencia muy bonita, pero también dura. Sentí mucha soledad, rodeada de un sistema completamente ajeno a mí, donde no tenía ningún compañero o compañera gitana, hasta que al cabo de un tiempo conocí a una compañera y después a otro compañero. Éramos tres gitanos en la Facultad de Derecho de Sevilla en el año 98. 

También fue un choque con la realidad. Ahí me di cuenta del clasismo que había en la facultad, de lo que significa tener un apellido famoso. Ya sabemos que Sevilla también es un poco clasista en ese aspecto. En algunas carreras, como Ingeniería o Derecho, esto ha sido así históricamente. El contraste que viví, como hija de vendedores ambulantes, al llegar allí… fue una mezcla de sentimientos.

Ahora, de hecho, vuelvo a ser parte de la comunidad estudiantil, porque actualmente soy alumna doctoranda. Estoy haciendo el doctorado, precisamente, en Derecho Procesal Penal sobre la persistencia del antigitanismo en el sistema jurídico español. 

¿Qué aprendizajes te ha dejado tu trabajo como abogada y activista gitana?   

Todas esas experiencias me han forjado como persona. Si yo no hubiera sufrido lo que he sufrido, si no hubiera vivido lo que he vivido, y además no lo hubiera hecho siendo quien soy (una mujer gitana de orígenes humildes) no estaría donde estoy. Estoy contenta porque ha merecido la pena.

Ha merecido la pena cada ruptura de dogmas, cada lucha, cada batalla ganada a la discriminación, cada conquista, por pequeña que fuera… Porque ahora hay muchas niñas y niños que siguen el ejemplo, que continúan estudiando y transformando su vida a pesar de las circunstancias. Nadie es profeta en su propia tierra, y que me hayan concedido, por ejemplo, la medalla de mi ciudad es lo más emocionante que me ha pasado en mucho tiempo.

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