Negocios asolados por el barro: la recuperación de 4 empresas valencianas tras la DANA - Ahora
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Negocios asolados por el barro: la recuperación de 4 empresas valencianas tras la DANA
LA RECUPERACIÓN DE 4 EMPRESAS VALENCIANAS TRAS LA DANA


Humanidad

Unidad
Cruz Roja

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El 29 de octubre no es una fecha que el pueblo valenciano vaya a olvidar con facilidad. El agua llegó dispuesta a arrasarlo todo y así lo hizo en 68 municipios del sur de Valencia, donde muchas personas perdieron todo lo que tenían: coches, viviendas… y también empresas o, más que eso, formas de vivir. Desde el primer día Cruz Roja activó un despliegue sin precedentes ofreciendo una respuesta inmediata a las personas y comunidades afectadas.
Un apoyo y asistencia que también se ha traducido en ayudas económicas para las empresas situadas en la llamada “zona cero” de la DANA. La Cámara de Valencia ha estimado que cerca de 48.722 empresas han podido ser perjudicadas por el devastador temporal y, hasta la fecha, Cruz Roja ha apoyado a 2.035 de estas empresas y ha destinado ya casi 10 millones de euros para que puedan volver a poner en marcha sus proyectos de vida. Gracias a esto, más de 5.000 personas han podido recuperar ya sus medios de vida.
Hoy le damos voz a algunas de las personas que se enfrentaron a esos días marcados por el barro pero también por la solidaridad y la humanidad. Estas son sus historias.
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Cuando el campo se llenó de barro
“Sorpresa, impotencia, caos, sufrimiento, solidaridad”. Esas son las palabras que utiliza José Miguel, agricultor de una pedanía cercana a Utiel, y uno de los tres socios de Agricultura La Torre, que comparte con su hermano y hermana, para describir lo vivido. Ellos experimentaron en sus propias carnes la ferocidad de la naturaleza el pasado 29 de octubre de 2024. Los cultivos de vid, “nuestros medios de vida”, confiesa el agricultor, “fue donde la DANA causó una mayor afección”. Y es que, aunque el agua también llegó a su vivienda, no fue ese el espacio que más les preocupó: fue el desbordamiento del río Magro, que cubrió con dos metros de agua algunos de sus campos y dejó la tierra inservible.
No esperaron a recibir las ayudas porque la tierra, alega, “no sabe de esperas”. Gracias a su rápida actuación han podido recuperar parte de la tierra (alrededor de un 70%) y han replantado cepas que han podido salvar. Aun así, José Miguel sabe que “todavía queda mucho que hacer” y estima que podrían tardar hasta 5 años en plantar de nuevo todo lo que fue destruido.
"Cruz Roja fue la primera en llegar y ayudarnos"
“El campo es nuestra vida, va más allá de lo económico. Es difícil de explicar con palabras, como una conexión con algo que te hace compartir momentos, ilusiones, recuerdos… algo vivo”, expresa este agricultor que ha heredado tras varias generaciones este oficio tan noble e importante. Pese a que los agricultores están acostumbrados a las inclemencias y desastres, reconoce que nunca habían visto nada como esto.
De esos aciagos días, sin embargo, también se queda con cosas buenas, como la presencia de Cruz Roja. “Es la cara buena de las malas situaciones”, reivindica José Miguel, “fueron los primeros en llegar y ayudarnos, tanto física como emocional y económicamente”. Aunque ya conocía la labor de la organización, en el tiempo en el que ha estado junto a técnicos y voluntariado ha sido más consciente de los valores de Cruz Roja. “El tener una ayuda inmediata en un contexto de sufrimiento e incertidumbre es algo que nos hace sentir más humanos y cambiar la perspectiva de que siempre hay esperanza”, dice, agradecido.
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Telas, cancanes y mantillas por escobas y cubos
Amparo Peiró, dueña de un negocio de indumentaria fallera en Algemesí, no tiene lagunas al pensar en la DANA: “Lo recordamos todo o casi todo”. Y es que es difícil borrar de la retina las primeras horas de angustia y desconcierto. “Mi marido pasó la noche en casa de sus padres porque su padre es mayor, y al día siguiente me obligó a ir a la tienda. Yo tenía miedo de llegar a la puerta después de lo que había sucedido durante la tarde y la noche del 29 de octubre”, confiesa Amparo.
Aunque desde su casa hasta la tienda apenas hay 10 minutos andando, aquel día tardaron casi unos 40 en alcanzar el comercio “sorteando todo lo que nos encontrábamos por la calle”. “Desde la esquina ya vimos que lo que había pasado podía ser desastroso”, lamenta. Detrás de los escaparates se podía ver la tienda destrozada. “Trajes de fallera terminados que teníamos para entregar, trajes para probar y terminar, telas que valían un dineral hundidas en el barro… los aderezos, las peinetas, los zapatos, las mantillas, los moños, los calcetines…”, enumera Amparo, que cuenta que también perdieron máquinas de coser. Lloraron, pero no solo por lo que estaban viendo, sino por el futuro incierto que se cernía sobre ellos.
Se pusieron manos a la obra, pero por mucho que limpiaron, no pudieron retomar la labor. “Nos marchamos después de sacar todo lo que estaba inservible”, cuenta Amparo, que confiesa que tardó 2 días en volver después de digerir todo lo que había pasado. También había que ayudar en casa de sus padres y su hermana, por lo que todo lo relativo a lo profesional quedó en pausa.
El fin de semana llegaron “centenares de voluntarios que sin conocernos y sin cruzar una palabra, entraban en la tienda y se ponían a sacar barro igual o más que nosotros”, explica. “Yo no podía decidir qué tirar y qué dejar en la tienda”, evidencia Amparo, que estaba abrumada por la situación. Por eso recuerda especialmente a unas voluntarias de Corbera (municipio situado a unos 10 kilómetros), también falleras, que con lágrimas en los ojos se prestaron a clasificar telas y ayudarla en esta labor. “Llamé al fabricante que nos suministra los cancanes y con su furgoneta nos ayudó a transportar todo a casa de mis padres”, rememora. Pasaron dos meses hasta que decidió marcharse del local por distintas circunstancias y empezar de nuevo en otro lugar.
"Ahora estamos terminando la reforma"
La indumentaria valenciana es laboriosa y requiere de muchas horas de costura, de puntadas a mano, “mucho cariño” sintetiza Amparo. Desde que abrieron el negocio, hace ya 3 años, han duplicado su trabajo, y esperan que, pese a este bache, puedan seguir creciendo. “Ahora estamos terminando la reforma del nuevo con dos plantas; la baja, donde está la tienda; y el entresuelo, donde está ubicado el taller y el almacén”, dice esta vecina de Algemesí, que espera que la apertura sea inminente.
La ayuda de Cruz Roja en todo este camino ha sido imprescindible. “Ha sido un gran detonante para nuestra recuperación, un escalón al que hemos podido subir para volver a empezar”, menciona. “Nunca habíamos necesitado la ayuda de Cruz Roja, pero ahora sé que estaré aquí para ellos y haré todo lo que esté en mi mano para ayudar. Gracias a Cruz Roja hemos vuelto a comprar telas, cancanes, aderezos… siempre estaré agradecida”, afirma.
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No todos los héroes llevan capa
Juan y Vicky regentan el horno Giner, un establecimiento familiar de Catarroja nacido en 1969 que quedó completamente destrozado por la DANA. En pocas horas, ambos contemplaron estupefactos cómo el agua y el barro arrasaban no solo su vocación y trabajo, sino el legado de sus antepasados. “Es desolador”, cuenta Juan, “una guerra sin bombas”.
El agua reventó el cierre e inundó 2 metros, empujando todo lo que encontró por delante al fondo del local. Juan y otro empleado del obrador pudieron salir a tiempo y, al ir a sacar el coche del garaje, pusieron en juego su vida por rescatar a una mujer que se quedó atrapada en el suyo. “No podía dejarla ahí pidiendo ayuda y no rescatarla, no me hubiera perdonado no hacerlo”, dice Juan. “La DANA afectó a todo lo que teníamos: comercio, casa, vehículos… no quedó nada de nuestra documentación”, prosigue.
"La DANA afectó a todo lo que teníamos"
El voluntariado y las fuerzas de seguridad del Estado le merecen todo su respeto y admiración por todo lo que les apoyaron en esos primeros momentos y los posteriores: “Son los auténticos héroes de honor de esta DANA, han hecho un trabajo sin paragón”, ensalza y confiesa que gracias a ellos han logrado encontrar fuerzas para salir adelante. El horno Giner es un negocio muy conocido y querido en Catarroja con especialidades como el roscón, y ahora un panel en vinilo con imágenes de personas que pasaron por allí para ayudar a limpiar está presente en el local para no olvidar la ola de solidaridad y humanidad que vivieron en primera persona. “La ayuda se da, no se pide”, menciona Juan.
Aunque todavía queda por hacer, “vamos funcionando poco a poco”, defiende. Una familia de Córdoba, dueña de la confitería Segura, contactó con ellos y les ofreció su maquinaria y mobiliario puesto que iban a cerrar su establecimiento. Ahora forman parte del horno Giner y han sido una de las muchas ayudas desinteresadas que ha hecho que ya hayan podido abrir de nuevo las puertas. “La ayuda de Cruz Roja también nos ha ido muy bien para ir reconstruyendo poco a poco lo que la DANA se llevó”, agrega.
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Un oficio que, pese a todo, quiere seguir adelante
El taller artesano de varillas para abanicos que arrasó la DANA en Aldaia era mucho más que un emplazamiento físico: estaba lleno de recuerdos y vivencias. José Ramón Martínez explica que estaba alojado en una antigua casa de pueblo, donde ya habían trabajado anteriormente su tío y su padre hasta 2008, cuando él tomó el relevo. Después del temporal quedó “inutilizado”. “No pudimos aprovechar nada; perdimos cosas de mucho valor”, dice con pesar. El agua llegó hasta casi los dos metros y dañó máquinas y todo tipo de utensilios. “Me viene a la cabeza un sentimiento de mucha tristeza, pero también recuerdo la gente que vino a ayudar y cómo todo se convirtió también en algo bonito y positivo”, aporta.
José Ramón no solo ha tenido que cambiar de local, sino hacer una obra en el nuevo, restaurar y adquirir de nuevo todo lo necesario (ha perdido cerca del 80% del material) para continuar con un oficio que, es consciente, está lleno de retos. “La suerte es que tenía cosas acabadas para entregar… salvé todo lo que estaba por encima del metro ochenta, que es lo que menos se utilizaba, precisamente por eso estaba en alto”, reconoce. Los clientes también se prestaron a enviar sus muestras para que José Ramón pudiera replicar algunos modelos y volver a confeccionarlos.
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Aldaia es un pueblo de tradición en fabricación de abanicos, pero José Ramón teme que se pierda el oficio. “Lo que yo hago es artesanía pura, y creo que voy a ser el último que se dedique a hacer esto; posiblemente sea la última generación… me preocupa, porque no sabes lo que va a pasar a medio plazo. Las expectativas por el momento son buenas, y creo que podré defenderme hasta que me jubile”, reconoce José Ramón, que tiene ahora 53 años, “pero el modelo de negocio está cambiando, y si no se da un giro importante o se fomenta o promociona el tema de la artesanía, va a ser difícil darle continuidad”, indica.
"Lo que yo hago es artesanía pura"
En cuanto a la ayuda de Cruz Roja fue la organización la que se puso en contacto con él. “Me llamaron y me dijeron que sabían que mi negocio había sido dañado, que si podían venir a ver el local porque estaban ofreciendo ayudas… la de Cruz Roja junto a otras han ido sumando para que yo pudiera reabrir mi negocio. Siempre lo digo: aquí hay un trocito de Cruz Roja”, concluye José Ramón.
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