Luis Muiño: “Si las dejamos, las hormonas eligen de quién nos enamoramos” - Ahora
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Luis Muiño es psicólogo, psicoterapeuta y divulgador desde el año 1989. En su faceta de terapeuta, atiende a personas en proceso de crecimiento personal y también a aquellas que necesitan ayuda porque están atravesando una etapa de crisis, tanto desde el ámbito de la cooperación internacional (por ejemplo, en Kósovo, El Salvador o Angola) como desde el privado. Como divulgador, es uno de los pilares de Entiende tu mente, el podcast independiente de psicología más escuchado en español. En su último libro, La trampa del amor (Aguilar, 2025), disecciona cómo actúa el amor en el cerebro y da claves para construir relaciones inteligentes y sanas.
¿Por qué nace tu reciente libro La trampa del amor y sobre qué cuestiones reflexionas en él?
La trampa del amor nace porque cuando empecé a hacer psicoterapia (hace ya casi 40 años) me di cuenta de que el amor era (y es) el principal problema. Hablamos mucho de estrés, ansiedad, depresión… pero en realidad, si hay un tema transversal que se encuentra presente en toda la salud mental, en todas mis terapias prácticamente… es el amor. Incluso en aquellas que parece que no van de esto al final acaba saliendo. Me gustaba la idea de reflexionar sobre el tema.
¿Cuál es la razón por la que creo que el amor es tan problemático? Creo que seguimos funcionando con hormonas del Paleolítico y con instituciones de la época del Imperio romano. Y pretendemos aplicar eso a una pareja del siglo XXI. Me parece un error.
¿Cuáles son los mitos del amor romántico?
Hay muchos mitos en torno al amor romántico; el de la media naranja, por ejemplo, esa cosa de que debemos encontrar a alguien que nos complemente. Está el mito de los celos; eso de que estar celoso, y manifestarlo, tratar de poseer a la otra persona, es parte del amor. El mito del sufrimiento… es curioso que todavía se crea que sufrir dignifica el amor; que hay que pasarlo mal para estar enamorado realmente.
Hay varios mitos y en el libro intento desmontar algunos de ellos; decir que vienen de necesidades, digamos, paleolíticas y que hoy en día ya no tienen sentido.
¿Es más fácil que la juventud caiga en este tipo de amor que puede ser tan dañino?
Sí, es más fácil, porque a fin de cuentas todos estos mitos tienen que ver con la esclavitud de nuestras hormonas. Con 20 años, por ejemplo, la testosterona nos lleva a una necesidad de posesión de la otra persona, a una pulsión que con 50 años quizá está más atemperada. Cuando algunas personas (incluso algunas jóvenes) empezaron a leer el libro, me di cuenta de que lo había escrito, en gran parte, para la madurez; muchas de estas reflexiones se pueden hacer mejor con 40, 50 o 60 años que con 20. Aun así, me encantaría que estos temas que planteo, sobre todo las preguntas, se las empiecen a hacer los jóvenes.
¿Es posible “elegir” de quién nos enamoramos o estamos condicionados biológicamente?
Creo que, si las dejamos, las hormonas eligen de quién nos enamoramos. Helen Fisher tiene mucha investigación que demuestra que al final nos enamoramos de un determinado genotipo. Si nosotros no tenemos anticuerpos para determinada enfermedad, cuando sentimos esas cosquillas en el estómago con otra persona, cuando creemos que compartimos el sentido del humor, o pensamos que esa persona es para nosotros… es porque resulta que esa persona tiene anticuerpos contra esa enfermedad que nosotros no tenemos y, por tanto, permitiría que nuestra progenie, nuestros hijos, salieran adelante con más facilidad en el Paleolítico.
Si nos dejáramos guiar por las hormonas, nuestro enamoramiento sería no solo al azar sino por razones completamente estrambóticas en el siglo XXI. Hoy en día a lo mejor estamos enamorados de alguien con quien no queremos tener hijos y además la enfermedad para la que tiene anticuerpos hace tiempo que no existe porque hay vacuna. Da igual: las hormonas seguirían imponiendo esa dictadura.
Por eso en el libro propongo el casting emocional como idea: tratar de que, antes de que las hormonas se conviertan en una pulsión imposible de sujetar, antes de que nos enamoremos por esos motivos adaptativos paleolíticos, podamos hacer las cosas desde una psicología del siglo XXI. Por ejemplo, plantearnos qué es lo que nosotros buscamos en una relación, cuáles son los factores necesarios (no contingentes) para estar a gusto en una relación. Y si no están, o la persona va a resultar tóxica en cualquier sentido, alejarnos antes de que las hormonas hagan esa cosa que hacen de llevarnos hacia lugares a los que ya no tiene sentido ir.
¿Por qué tantas veces relacionamos amor con dolor?
La relación de amor con dolor, con sufrimiento, con tremendo esfuerzo continuo… creo que viene de estos motivos adaptativos de los que he hablado. De alguna manera somos descendientes de aquellos que se han esforzado muchísimo en estar con su pareja para sacar a los críos adelante. Durante todo el Paleolítico, pero también hasta hace 50 años, la lucha por la supervivencia era brutal. Descendemos de esos que se han esforzado, a los que les ha dolido mucho el amor… y creo que en otras épocas podría tener sentido. Hoy en día carece de él.
También sigue estando en el imaginario colectivo en gran parte por toda esta necesidad hormonal, biológica, a la que el romanticismo dio mucha pátina cultural. De alguna manera, pasarlo mal por amor da caché emocional. En el romanticismo, todos los libros eran de personas angustiadas y sufrientes por amor. Si vemos las canciones, las películas… nos daremos cuenta de que, desgraciadamente, esa mitología todavía sigue ahí. Amor es dolor.
Y hay una razón casi cultural de creación literaria o musical: la felicidad tiene poca historia. Es mucho más difícil hacer una película de una pareja a la que las cosas les van más o menos bien; transitan la vida con sus conversaciones, discusiones, problemas… y van saliendo adelante que otra de una pareja que sufre mucho, luego se reconcilia, luego vuelve a sufrir… De hecho, la prueba de ello es que cuando contamos nuestras historias de amor muchas veces decimos “parece una serie de Netflix”, como si eso nos dignificara, como si fuera bueno.

¿Cuáles son las claves de un amor sano y consciente?
Es difícil resumir las claves. En el libro intento dejar más preguntas que respuestas en este sentido. ¿Cómo podría ser el amor de una manera diferente, en el siglo XXI…? Hay varias guías que podríamos utilizar. Una de ellas es el triángulo de Sternberg.
Sternberg hizo una investigación, con base científica, y llegó a la conclusión de que las parejas que tenían calidad de pareja se reunían en torno a tres variables o cosas en común: intimidad (comunicación, ser buenos amigos, sentir que el otro te está escuchando, que empatiza con lo que cuentas); compromiso (hacer planes conjuntos, mirar juntos hacia el mismo lado, tener una idea de futuro similar y estar construyendo los dos hombro con hombro); y atracción (sexualidad, ganas de ir juntos de la mano, ganas de abrazar al otro, ese piel con piel, que el otro te resulte eróticamente deseable).
Como psicoterapeuta, una de tus líneas de especialización es el trauma, y en Cruz Roja sabemos mucho sobre el tema porque estamos presentes en muchas crisis y emergencias humanitarias. ¿Cómo puede alguien empezar a reconstruirse cuando siente que ha tocado fondo?
Es difícil definir la psicoterapia del trauma en unas frases. He trabajado muchísimo el trauma en psicoterapia individual, en cooperación con hechos traumáticos… y creo que la clave está en la resiliencia, en la capacidad de recomponerse después de haber tocado fondo.
Al final todo tiene que ver, en parte, con dejarte tocar fondo, eso que en el mundo actual nos está costando tanto. Se vende que todo el mundo tenemos que estar bien todo el rato, que nada puede con nosotros, que si nos lo proponemos conseguiremos lo que queramos y que podemos manejar nuestro estado de ánimo para estar siempre optimistas y felices. Y esto es mentira además de insano. Para recomponerse de un trauma primero hay que sentirlo.
La resiliencia consiste en la capacidad de tener esperanza de futuro; apoyarte en una serie de factores mientras estás en el fondo del agujero, como pueden ser las relaciones sociales, las risas, el ejercicio… eso te va a sostener. No se trata de que estés bien, sino de que estés lo menos mal para seguir adelante y pensar en el futuro. Hay que estar mal para luego estar bien.
La resiliencia no es una flor que, cuando algo la vulnera, se rompe, demasiado frágil. Tampoco es un árbol, que al principio resiste pero cuando se rompe resulta definitivo. La resiliencia es, más bien, como un junco; en los momentos en los que sopla el viento más fuerte, en los momentos duros, se dobla, se viene abajo, pero cuando el viento cesa vuelve a su ser. Eso es la resiliencia: sentirse vulnerable y luego seguir adelante.
En los últimos años la salud mental se ha puesto mucho más en el foco público. ¿Qué papel juega hoy la salud mental en nuestra vida cotidiana?
La salud mental, en nuestra vida cotidiana, está cada vez más sobre la mesa. Aparece más en redes sociales: está más expuesta. Y eso, como cualquier fenómeno, tiene sus riesgos y oportunidades.
Para mí la principal oportunidad es la normalización de los malos estados de ánimo. Cuando empecé a trabajar se escondía la tristeza, la ansiedad, la imperfección, los fallos, los problemas de pareja… Y hoy en día, por ejemplo, si tengo problemas de pareja puedo ir a las redes sociales y ver vídeos de gente a la que admiro que hablan sobre estos temas. Y los cuentan. Eso juega un papel estupendo de normalización, me parece muy bueno.
El riesgo, como todo, es que esa normalización se convierta en algo más. Por ejemplo, narcisismo. Hoy en día hay mucha gente que parece que presume de sus problemas, que les gusta decir que tienen trastornos de ansiedad generalizados cuando en realidad están pasando por una época con un poco de ansiedad. Nada más. El riesgo es que se convierte en algo de lo que presumir, casi en una noticia que vendes. Hay mucha gente que lo está utilizando para ganar likes, es inevitable. Cualquier fenómeno psicológico tiene riesgos y oportunidades; lo bueno es ser consciente de ello.
¿Qué temas consideras más urgentes abordar en el ámbito de la divulgación psicológica actual?
Sé que es insistir, pero diría que a la divulgación psicológica actual le falta (o yo no la encuentro) una actualización del tema del amor. Los libros que yo veo o las cosas que muchas personas cuentan en redes sociales sobre el amor se parecen mucho a las de hace 50 años. Y eso me parece un error, porque ya no funcionamos igual. No tiene sentido seguir con el “no puedo vivir sin ti, no hay manera” en 2025.
Luego está el tema de la soledad. En una cultura cada vez más individualista (en general la cultura global del planeta va en esta dirección, con sus riesgos y oportunidades), me parece uno de los grandes retos de la divulgación científica actual: hablar más de soledad no deseada.
Y, por último, mirando hacia el futuro, ¿qué habilidades emocionales crees que serán más importantes para las próximas generaciones?
Las habilidades emocionales más importantes para el futuro tendrán que ver con estos temas justamente. Cada vez será más difícil relacionarnos porque se primará un tipo de vida individualista en la que no nos compense el amor, la amistad, una serie de fenómenos. La familia cada vez está más desapegada. No me parece mal; como cualquier giro hacia un lado o hacia otro tendrá sus pros y contras.
Creo que la gente que sepa crecer en las relaciones a la vez que lo hace individualmente tendrá mucho ganado a nivel de salud mental en el futuro. Esa mezcla armoniosa, que es lo que propongo en el libro, será la gran habilidad de la salud mental.

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