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Íñigo Pirfano: "La música puede cambiar el mundo porque puede cambiar a cada hombre y cada mujer"
LA MIRADA DE
ÍÑIGO PIRFANO
“La música puede cambiar el mundo porque puede cambiar a cada hombre y cada mujer”
ÍÑIGO PIRFANO
23/05/2023
ESCRIT PER:
ENTREVISTA PER:
Irene Herreras

Humanidad

Imparcialidad

Independencia

23/05/2023
ESCRIT PER:
ENTREVISTA PER:
Irene Herreras

Humanidad

Imparcialidad

Independencia

Director de orquesta, escritor y conferenciante

Íñigo Pirfano, director de Orquesta Sinfónica (Bilbao, 1973), pertenece a una generación emergente de directores que combina la energía desbordante de la juventud, con la madurez propia de una experiencia profesional ya consolidada. Estudió Dirección de Orquesta, Coro y Ópera en Austria y Alemania y se formó con los mejores maestros. 

Fundador de la Orquesta Académica de Madrid, fue su director musical durante 15 años. Por su labor al frente de dicha formación, fue galardonado en el año 2012 con el ‘Premio Liderazgo Joven’ por la Fundación Rafael del Pino. Su proyecto 'A Kiss For All The World' busca llevar la música a algunos de los rincones más desfavorecidos del planeta.

Director de orquesta, escritor y conferenciante

Mientras estudiaba Filosofía, y ya con un amplio bagaje en solfeo, armonía y piano, escuchó la llamada de la música. ¿Encontró en las partituras más respuestas que en los razonamientos? 

Decía Beethoven: “Toma la música en serio porque es una revelación más alta que la filosofía”. Me siento afortunado de haber podido formarme como filósofo y como músico. A mi modo de ver, ambas disciplinas se retroalimentan. La filosofía me ayuda a reflexionar sobre mi propio quehacer artístico, a plantearme preguntas, a mirar el mundo con una sana curiosidad. La música, por su parte, ofrece luz sobre las cuestiones que más nos importan y afectan como humanos. La música da respuesta a los grandes interrogantes que nos acompañan desde la cuna hasta la tumba: los que tienen que ver con el amor, la muerte y la trascendencia. Pienso que por esto Beethoven se refería a la música en términos de “revelación”. 

La música y la filosofía, ambas se basan en la interpretación de textos. Unos textos u obras que observan perennes el paso del tiempo y que encierran poderosos mensajes. Quizá no exista tanta diferencia entre un intérprete musical y un filósofo. Ahora bien, ¿cómo se extrae ese mensaje y se adapta a la sociedad del siglo XXI? 

Efectivamente. Tal como dice, tanto la música como la filosofía consisten, por decir así, en un ejercicio de hermenéutica. Pienso que éste es el aspecto que más me interesa de la praxis orquestal. Como director de orquesta, tengo que ser capaz de penetrar en el sentido profundo de la obra que he de interpretar cada vez. Por decir así, mi trabajo consiste en realizar el trayecto inverso al que hizo el compositor. Desde las notas “muertas” que conforman la partitura –y que el intérprete ha de hacer revivir en ese acto de recreación en el que consiste la interpretación musical-, he de introducirme en el mundo interior del compositor. Hacer mío su estado emocional, sus motivaciones, miedos, frustraciones, etc. para poder transmitir su música de manera sincera, profunda y honesta. Creo que hay pocas cosas tan hermosas –y costosas- como ésta. 

Una de las habilidades que sin duda debe de tener un director de orquesta es el liderazgo, solo con su postura corporal y la batuta en mano ya se siente una figura poderosa. Pero a la vez, el director tiene que confiar ciegamente en su orquesta. ¿Cómo entiende esta combinación tanto en el terreno profesional, como de forma general en el sentido humano? 

Para mí el liderazgo no es más que el despliegue interpersonal de una determinada manera de ser y de comprender al hombre. Usted habla de figura “poderosa” pero yo no concibo otro poder que el que tiene que ver con la ejemplaridad y el servicio. De hecho, pienso que los tres pilares sobre los que se asienta un liderazgo inspirador y fecundo son el trabajo bien hecho, la ejemplaridad y el servicio. Caemos en un error cuando pensamos que el liderazgo sólo se da de manera vertical, de arriba abajo. Como si fuera algo exigible solamente a las personas que ocupan puestos de responsabilidad.

Obviamente, todo el que se encuentra más expuesto –un directivo, un político, un padre, un profesor o un director de orquesta- posee una responsabilidad mayor a la hora de ser ejemplar. Pero el liderazgo también se ha de dar de abajo a arriba y de manera horizontal. Todos necesitamos referentes a nuestro alrededor. Personas cuyas vidas constituyan en ejemplo luminoso que seguir. Esto tiene que ver con un sistema de valores que, por desgracia, no está pasando por sus mejores momentos en nuestros días. Por eso se dice que sobran jefes y faltan líderes. 

En un mundo cada vez más egoísta y en dónde a veces nos cuesta tanto pausar nuestra vida para ejercer un acto de empatía. ¿Puede la música despertar nuestro lado más humano? ¿Nos puede hacer mejores? 

Sin duda alguna. La música tiene la capacidad de extraer lo mejor de cada persona. Por eso la música puede cambiar el mundo; porque puede cambiar a cada hombre y cada mujer. Como dice Steiner, la obra de arte es de una indiscreción total: pregunta por nuestro “yo” más íntimo y nos convoca a un encuentro. El contacto con la belleza de la música siempre es interpelante. Si hemos estado atentos al poder que encierra su mensaje, no podremos permanecer indiferentes. Habrá que actuar. Por eso la música nos puede hacer mejores personas. Viene a ser como un espejo en el que podemos ver proyectada la imagen más perfecta de nosotros mismos para que podamos cambiar, mejorar. Está en nuestra mano hacerlo o no. Al final es la libertad la que tiene la última palabra. 

Es evidente que el silencio es una condición imprescindible del sonido en la música y sin uno no existiría la otra. Sin embargo, vivimos en una sociedad que va tan rápido que incluso tenemos pavor al silencio. ¿Por qué nos asusta escuchar nuestra voz interior? 

Esta pregunta está relacionada con lo que acabo de mencionar. Nuestra voz interior puede resultar molesta porque siempre nos exige y nos interpela. Nos recuerda las cosas que hacemos mal y nos invita a que rectifiquemos el rumbo. El filósofo Roger Scruton explica que la belleza tiene esas mismas características. Es una vocecita molesta que muchos deciden acallar por medio del ruido –interno y externo- y la agitación. Tal vez a esto se refería Pascal cuando decía que el drama de nuestro mundo es que una persona no es capaz de permanecer en su habitación sin hacer nada. El silencio es la puerta de la contemplación y del autodiagnóstico. Si hay cosas dentro de nosotros que no nos gustan, el silencio será un enemigo a combatir. 

Si seguimos hablando de evidencias también lo es afirmar que la música puede llegar a todas las edades, pero ¿cuál es el camino en la enseñanza a la hora de inculcar la pasión por la música en los jóvenes? ¿Quizá en la enseñanza se parte de obras demasiado abstractas que hacen que para los jóvenes sea difícil familiarizarse con la música sinfónica?  

Es fundamental trabajar para que la música –la gran música- ocupe el lugar que le corresponde en los sistemas educativos. De esto son perfectamente conscientes los países anglosajones, que otorgan una enorme importancia a la música, al teatro, a la oratoria, etc. En España y Latinoamérica estamos a años luz de comprender esto. La asignatura de música no es más que una especie de “relleno” en el plan de estudios, algo que hay que incluir porque se supone que es importante en la educación. Por todo esto, es preciso hacer un gran trabajo de divulgación para que todos –desde pequeños- descubran que la música no es algo aburrido o elitista, sino todo lo contrario. En la gran música hay pasión, fuerza, energía, entusiasmo, diversión, amor, belleza, sentido… Si no somos consciente de ello, aún nos queda un largo trayecto por recorrer. 

Su pensamiento crítico y solidario te llevó a desarrollar el proyecto ‘A kiss for all the world’, con el que ha acercado la Novena sinfonía de Beethoven a los lugares más recónditos del planeta, desde aldeas depauperadas a campos de refugiados, salas de quimioterapia o cárceles. ¿En qué momento la gente que ha perdido la esperanza, puede volver a encontrarla en una melodía? 

Gracias a este proyecto social que en buena hora puse en marcha, pude comprender cómo la gran música –en este caso, la Novena Sinfonía de Beethoven- llega directa a los corazones de las personas, aun cuando éstas no hayan gozado de instrucción musical ni de formación cultural. Esta música transmite un mensaje de esperanza, de optimismo, de reconciliación con nosotros mismos. Hablando de Mozart, el gran director de orquesta Bruno Walter decía: “su música suena tan alegre, que da ganas de llorar”. Creo que esto es algo que, en gran medida, se ha perdido en nuestro mundo hipertecnologizado. La música constituye, por tanto, una puerta a la esperanza. Gracias a ella, podemos reconectar con nuestro “yo” más íntimo y personal. 

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