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Emilia Lozano: “En Somos Acogida somos una familia”
LA MIRADA DE
EMILIA LOZANO
“En Somos Acogida somos una familia”
EMILIA LOZANO
24/09/2025
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

24/09/2025
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

Fundadora de Somos Acogida

Emilia Lozano, fundadora de la asociación Somos Acogida, lleva más de seis años volcada en acompañar y apoyar a jóvenes migrantes extutelados que necesitan un hogar. Además de ofrecer una solución residencial, Somos Acogida también apoya a este colectivo para que pueda conseguir su autonomía y plena integración en la población española. Emilia, siempre ligada a los problemas vecinales y con un amplio recorrido en asociaciones, fue una de las personas en recibir una de las Medalla de Oro 2025 de Cruz Roja por su inagotable compromiso y su energía incombustible. Hoy hablamos con ella.  

¿Qué ha significado recibir una Medalla de Oro de Cruz Roja? 

Al principio no me lo creía, no pensaba que fuera real. Fue impactante, pero también muy bonito y emocionante. Sentí muchas cosas en ese momento, pero, sobre todo, pensé en los chicos: a ver si esta puertecita nos ayuda un poquito, porque el trabajo con ellos es maravilloso.  

En 2019 decides, junto a tu marido, comenzar con una labor solidaria que llega hasta el día de hoy. ¿Cómo comienza este camino y por qué? 

Antes de jubilarme ya había creado dos asociaciones de mujeres en el distrito de Hortaleza y participé siete años en el Consejo de la Mujer en Madrid. Siempre he tenido vocación de ayudar; incluso impulsamos un foro contra la violencia de las mujeres tras el caso de Ana Orantes.

Cuando nos jubilamos, mi marido y yo decidimos vender la casa grande y comprar una más pequeña en el barrio. Fue entonces cuando nos mudamos cerca del centro de menores de Hortaleza y, al pasear a mi perra, comencé a conocer a los chicos. Veía lo injusto que era el rechazo hacia ellos, cuando en realidad eran muy cariñosos. Empecé a sentarme con ellos, a enseñarles español, y descubrí que no tenían actividades ni ocio: a las nueve de la mañana debían salir del centro y no podían volver hasta la noche. 

Le contaba todo a mi marido y él me pedía que no nos metiéramos en líos, pero poco a poco me fui involucrando: hablé con equipos de fútbol para que aceptaran a alguno, organicé cadenas con amigos y mis hijos para conseguir móviles usados y que pudieran hablar con sus familias... 

Un día presencié cómo un vigilante agredía a uno de ellos al negarle entrar a por un abrigo. Me indigné tanto que decidí crear una asociación. El 6 de enero ya estábamos en casa con cuatro vecinos dispuestos a fundarla. Poco después empezamos a acoger chicos en nuestra propia vivienda. Así nació Somos Acogida. 

Con el tiempo, presentamos el proyecto al ayuntamiento de nuestro pueblo, La Puebla de Almoradiel, en Toledo. Una pareja del pueblo nos cedió una casa con ocho habitaciones y, gracias a la colaboración de la comunidad, la acondicionamos y abrimos lo que hoy es la Casa de la Solidaridad. Nos financiamos con donaciones y con el apoyo de vecinos, y desde entonces han pasado por allí muchos chicos que han podido salir adelante. 

Hace poco me llamó uno para decirme que ha aprobado el teórico del carné de conducir. Estaba desanimado porque había suspendido antes, pero le animé a seguir. Eso me llena de felicidad y me da fuerzas para seguir; a veces necesitan que alguien les recuerde que no deben rendirse. 

¿A qué se dedica hoy en día la asociación Somos Acogida? 

Nos dejaron un local de una asociación cultural y ahora tenemos unos cincuenta chicos todas las tardes, acompañados por treinta voluntarios y voluntarias. Les enseñamos español, pero eso es solo la excusa: lo importante es que comprendan que España les acoge. Para nosotros no son números, somos una familia.

A veces los chicos sufren depresión o malos tratos, y ahí estamos para animarles y apoyarles. En verano incluso vienen unos días de vacaciones al pueblo. También les ayudamos con la documentación, porque la mayoría, cuando salen del centro de menores, lo hacen sin ningún papel. Mi marido se encarga mucho de esto, viajando entre Madrid y el pueblo.

Muchos de los chicos que han pasado por aquí ya están trabajando, y eso es una felicidad. Algunos han encontrado empleo en hoteles, otros en empresas de fibra óptica o con empresarios del pueblo. Les ayudamos también a buscar vivienda, y es emocionante ver cómo, con esfuerzo, logran su independencia. Los empleadores nos felicitan porque están muy contentos con ellos.

Y la verdad es que se les toma muchísimo cariño. Tengo amigas que me dicen: “Qué suerte tuvieron los chicos al encontrarte”. Y yo siempre respondo: “La suerte la he tenido yo de conocerles”. Tengo 73 años, y ellos me dan vitalidad, ganas de luchar, alegrías… También algún llanto, pero compensan las buenas noticias. Trabajar con ellos es, en realidad, recibir felicidad. 

¿Qué aprendizajes sobre resiliencia y pertenencia habéis observado en los migrantes a los que ayudáis? 

La resiliencia la vemos cada día. Muchos llegan sin nada, incluso sin documentación, y aun así encuentran la fuerza para seguir adelante. Con apoyo, esfuerzo y oportunidades, logran aprender el idioma, conseguir papeles y empezar a trabajar. Eso demuestra una capacidad de superación enorme. 

Habéis ayudado a muchos jóvenes que, al cumplir 18 años, quedan fuera de los centros de menores. ¿Cuál es el desafío más urgente que detectas en su tránsito a la vida adulta?  

El mayor problema es que, al cumplir 18 años, muchísimos chicos se quedan directamente en la calle. En Madrid la situación es especialmente dura: no hay plazas libres y las listas de espera pueden superar el año.

No entiendo por qué las administraciones no se lo toman en serio. Vivimos en un país muy envejecido, con pueblos que necesitan profesionales de todo tipo. Escuchamos que en algunas localidades faltan fontaneros, y pienso en tantos chicos que podrían ser grandes profesionales si se les diera una oportunidad. Además, muchos no quieren quedarse en Madrid, están dispuestos a ir a donde haga falta. Con un pequeño empujón, podrían integrarse, trabajar y aportar mucho a la sociedad.

¿Qué mensaje te gustaría transmitir a otras personas y entidades sobre las personas migrantes, especialmente en un momento plagado de bulos y prejuicios?  

Es fundamental intentar conocerles y no juzgarles. Lo que no se puede hacer es lo que vemos a veces: ir a las puertas de sus centros a insultar a chicos que ni siquiera dominan el idioma. Eso es inaceptable. Hay que velar por sus derechos humanos y no pisotearlos. 

También debemos darles la oportunidad de integrarse. España es un país que envejece y que necesita mano de obra en muchos sectores. No tiene sentido que las administraciones tarden un año o más en conceder papeles a jóvenes que cumplen con todos los requisitos para empezar a trabajar. 

Sobre todo, necesitamos tratarlos como lo que son: seres humanos, iguales a nuestros jóvenes. Estos chicos requieren apoyo, respeto y confianza. Y cuando la gente se acerca y los conoce, descubre lo maravillosos que son. Llevamos seis años comprobándolo: ellos nos necesitan, pero nosotros también los necesitamos a ellos. 

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